sábado, 26 de julio de 2014

HER, Spike Jonze


Sábado a la noche y me convierto en un cliché. Lluvia, el gato durmiendo al lado mío sobre la cama, un chocolate gigante de castañas y caramelo. Y una película. A veces las películas se reducen a dos simples categorías: las que prefiero ver sola y las que deseo compartir con alguien. Her correspondía a la segunda categoría. El director es Spike Jonze, el protagonista Joaquin Phoenix, la banda sonora de Arcade Fire. O sea, sábado a la noche y en compañía del gato, mejor mirar la otra película sobre la adolescente francesa que estudia de día y se prostituye de noche. Sin embargo agradecí la soledad. El poder pausarla más de tres veces a lo largo de sus dos horas de duración, para fumar un cigarrillo, anotar en el cuaderno lo que no quería olvidar o contemplar la nada. Que no hubiera un otro entorpeciendo la posibilidad de adentrarme entera en esa atmósfera por momentos onírica y siempre cautivante. El no tener que explicar la opresión en el estómago, la tristeza de la nostalgia, los recuerdos propios que disparan las imágenes, imágenes que hablan y dicen todo el tiempo, casi como si no fuera necesaria la palabra. Pero lo es, y cuando creés que las panorámicas del amor y el desamor ya dijeron suficiente, la voz ronca y sensual de Scarlett Johansson dice, por ejemplo, “soy tuya y no lo soy” y entonces la maravilla del lenguaje entrando en escena. Sí, "Her" es una película sobre la relación amorosa entre un hombre y el sistema operativo de su computadora. Pero prefiero decir: Her es una película sobre la relación amorosa y punto. Se podría analizar hasta el cansancio nuestro vínculo con la tecnología, la ilusión que produce de estar comunicados sin estarlo, una sociedad futura presentada de manera casi Huxleriana donde todo luce pulcro y ordenado y las personas caminan absortas en sí mismas sin registrar al otro. Se podría, pero no. Elijo quedarme con la sensación en el cuerpo de haber sido atravesada por el amor, el desamor y sus panorámicas. Y, cito, “enamorarse es un tipo de locura socialmente aceptada”, y poco importa finalmente si el objeto de ese amor es un hombre, una mujer o una computadora. 

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