Pudo haber sido una primavera. Quizás de noche. El y yo nos escribíamos con música. No había edades ni nombres ni ciudades en nuestro diálogo. Habíamos construido un espacio atemporal. Como el universo. El era un astronauta viajando con la soltura de no saberse de ningún lugar. Yo, intentaba mantener un paso firme sobre la tierra. Un punto de conexión sin cuerpos y con la palabra justa. Como si supiéramos de lo imposible del lenguaje y de lo inevitable de las distancias. Y un día llegó una canción y se sintió diferente. Ese día que quizás fue primavera y quizás noche. Se puede decir con las palabras de otro. Se puede expresar con las melodías de otro. Se puede utilizar el arte de otro para manifestar lo propio. Pero da vértigo, siempre, o mejor dicho, siempre debe generar vértigo, el decir con lo que es de uno. Recibí su canción y lo supe él por completo. Un lugar de desnudez. Un lugar íntimo al que fui invitada. “Nosotros, vosotros, ellos”. El, Emiliano. Una de las partes de Limón. La otra parte, Juan. Dos mitades convirtiéndose en un Todo. Un Limón completo desplegando una canción agridulce. Fui conmovida en el sentido más profundo y real de la palabra: algo en mí se movió. No pude decir. No pude decirle: Abrazame. No sé quién sos, pero abrazame. El poder de una canción de 5 minutos y 26 segundos. Una guitarra y un teclado, sonidos hipnóticos, la delicada nostalgia de su voz. Palabras sobre lo agridulce de las despedidas. Lo maravilloso de vivenciar una sensación de absoluta intimidad con un otro que se supone ajeno. El anticipo del funeral de todas las distancias. Nuestro propio funeral de nuestras propias distancias. La de ese instante, de las que iban a venir. Y el mundo retomó su curso normal, volvimos a la cotidianidad de sabernos extraños, y aun así continuamos con la construcción de ese espacio atemporal hecho de música y lejanía. Porque algo había sido conmovido sin darnos cuenta. Y también, sin darnos cuenta, me encontré una noche escuchando su voz adentro mío que cantaba “Y un mar se seca y vos te vas”, mientras lo veía partir y un gusto a limón me inundaba la boca.

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