Primer encuentro: llegó a mi casa en una valija que viajaba desde lejos. Sus compañeros de viaje eran Bukowski, Zambra, Auster, Murakami, Castaneda y recetas peruanas. Deambuló por toda la casa. Lo encontraba entre mis libros y papeles, sobre la cama, haciendo de almohada del gato, en el balcón, al lado del mate. Me atreví a espiarlo, apenas. Lo abrí y lo cerré, una y otra vez. Lo sabía imposible, lo sabía de otro, y aun así me cautivaba la mirada. Una mirada que invitaba, que reclamaba ser leída. Lo dejé partir, en la misma valija en la que había llegado. Segundo encuentro: llegó como un préstamo, esta vez acompañado de Olga Orozco. Nuevamente ahí yo, la niña encantada recibiéndolo con la sorpresa feliz de los regalos inesperados. Recibiéndolas, a ellas. A Olga, como una reliquia para siempre. A Patti, como una presencia fugaz y necesaria. Ahora sí, pude abrir sin cerrar, espiar con calma, dejarme cautivar, aceptar la invitación, hacerme cargo del reclamo. Y ahí ella. Patti, igualmente cautivada por la mirada de Rimbaud, llevándose a sus Iluminaciones en el bolsillo, como obedeciendo a una orden divina. Patti, descubriendo ya en su niñez lo limitado del lenguaje, cuando al observar el aletear de un cisne no encontró palabras para describir su belleza. Patti, haciendo un pacto poético con la vida, atravesada por la fiebre y el delirio. Patti, deseando ver más allá, buscando ver lo que otros no pueden. Patti padeciendo hambre y frío, deambulando por una ciudad ajena y efervescente, invocando a sus dioses románticos para sobrevivir. Patti y el encuentro con el amor. Patti construyendo un mundo de a dos impenetrable. Patti salvando y siendo salvada, musa y creadora, mujer y compañera, amante y amiga. Patti preguntando “¿Adónde conduce todo? ¿En qué nos convertiremos?”, y recibiendo como respuesta “Conduce al otro. Nos convertiremos en nosotros”. Patti entendiendo que todo conduce al otro, eligiendo convertirse en sí misma. Patti escribiendo un libro de despedida, Patti despidiéndose de ese amor al que se entregó temerosa y temeraria. Patti sabiendo que en eso consiste la entrega: al amor, a la vida, a la poesía, al arte. Siempre con un poco de temor, mucho de temblor y sobre todo valentía. Y yo también la guardé en mi bolsillo, pero una vez más la dejo partir, convencida de que las Iluminaciones son para siempre, y permanecen para siempre en bolsillos imaginarios.

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